Dos meses que fueron un camino de rosas, aunque en ocasiones, a veces demasiadas, se tropezaban con las espinas. Hoy hace casi una semana que emprendieron el camino de regreso a sus casas. Llega el final del verano y con él el de las acogidas temporales, tando de los niños rusos como de los saharuis, que también han vuelto a sus ‘hogares’.
La partida, desigual: la llegada al aeropuerto para ayudarles a embarcar rumbo a Rusia fue muy emotiva para unos, un motivo de alegría para otros. Llegaron un 28 de junio procedentes de Chernobil y entraron en nuestros hogares, los que venían por primera vez con lloros, temerosos y sin saber ni una sola palabra de español. Y hoy que ya se han ido puedo decir que aparte de llegar a nuestro hogar, han llegado a nuestros corazones.
Los principios fueron duros, para qué negarlo. Como en todas partes. Costumbres distintas, hogares diferentes, lejos de sus familias y amigos, con normas que en muchos casos sin la ayuda de la intérprete ni siquiera entienden. Y, por supuesto, no todas las familias de acogida han pasado estos dos meses de la misma manera: algunos casi ni se han enterado de que tenían un niño más en su casa, a otros les ha costado más pasar el verano.
Mirándolo con perspectiva, hoy nos hemos dado cuenta de que su aprendizaje ha sido sobresaliente: después de tan sólo dos meses aquí ya puede mantener una conversación telefónica en español. Yo al menos nunca lo diría. Hoy se me llena los ojos de lágrimas al pensar que está en su casa con 3,5 kilos más y un centímetro extra. Y que no ha sido por otra cosa más que por el cariño que le hemos demostrado, aunque al principio los abrazos no siempre fueran bien recibidos.
Después de una semana, me quedo con las frases de sus ‘hermanas’ de acogida, de tan sólo 9 y 6 años: “Mamá, Darina me ha cambiado la vida” y “Cuando me levanté esta mañana pensé que aún estaba en cama”. No sólo ellos se llevan un bagaje extra en la vuelta a casa.
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